La 22ª jornada de Segunda

Desastre y punto. La crónica del Eldense-Real Zaragoza (1-1)

Un Zaragoza tan infame como afortunado sale vivo de milagro en Elda tras una caótica segunda parte

Mesa, tras marcar el tanto que adelantaba al Zaragoza en Elda.

Mesa, tras marcar el tanto que adelantaba al Zaragoza en Elda. / LALIGA

Jorge Oto

Jorge Oto

Nadie diría que ha pasado casi un mes desde la última puesta en escena de un Real Zaragoza que no ha aprovechado demasiado el tiempo y que salió vivo de milagro de la matanza pretendida por Marc Mateu, un francotirador con la zurda y con la mano sobre el que se basa todo el sistema ofensivo del Eldense. Solo Badía, los palos y la fortuna evitaron que el equipo aragonés, caótico e infame en la segunda parte, comenzara el año con otro disgusto. Pero el punto no debe engañar a nadie. El Zaragoza, lejos de evolucionar, va hacia atrás como el cangrejo. Si Jorge Mas y el Inter vieron el partido, lo de luchar por el ascenso tras lo presenciado anoche les sonará ahora a chino mandarín.

Dificultad extrema en la salida de balón, jugadores escondidos, búsqueda incesante de los costados y serios desajustes defensivos provocados por la simple caída de un jugador entre líneas. Con eso ha bastado para meter en un lío al Zaragoza a lo largo del curso y también fue suficiente para que el Eldense, programado en torno al dinamismo de Bernal y a las extremidades de Mateu, ya fuera superior en una primera parte en la que el Zaragoza dio la sensación de caer una y otra vez en la trampa diseñada por su oponente.

Ortuño avisó pronto con un disparo cruzado justo antes de que Chapela estrellara el balón en el lateral de la red del marco defendido por primera vez por Badía. Ni siquiera se habían recorrido los diez primeros minutos y el Zaragoza, impreciso y errático, ya estaba a merced de un Eldense que explotaba constantemente la confusión de los aragoneses a la hora de sacar el balón, con Jair de nuevo como principal escollo.

Francho, con un remate muy desviado, hizo que el Zaragoza se despojara un tanto del acoso de los alicantinos, pero las malas noticias se amontonaban en torno a un equipo en el que no hubo rastro de Moya en todo el primer periodo y que llegaba al área rival con escasos efectivos.

Con semejante panorama, el contragolpe asomaba como, seguramente, la única herramienta capaz de dotar de cierto peligro al previsible ataque de los de Velázquez. Y así, corriendo, llegó el tanto de Mesa, cuyo disparo certero fue el merecido premio a la galopada y posterior tacón de Gámez, que había aprovechado un error en la entrega de Timor. Sin merecerlo, el Zaragoza tenía el partido justo donde quería.

Pero la defensa a ultranza de un botín no viene siendo el fuerte de un Zaragoza al que le duró la alegría lo que dura un caramelo a las puertas de un colegio de Infantil. Badía desvió a la esquina un cabezazo franco de Dumic pero nada pudo hacer para detener el de Soberón, vencedor del duelo con Lecoeuche. Era el sexto córner concedido por un equipo aragonés que, o bien no preparó bien el partido (y mira que tuvo tiempo para ello) o lo hizo fatal.

Pero lo peor estaba por venir. Del vestuario salió un Zaragoza esperpéntico, incapaz de dar dos pases seguidos y a merced de la intensidad de un Eldense superior en la medular y en el que Marc Mateu comenzó su recital con un saque de esquina que Badía desbarató como pudo y un centro a Clemente que el meta detuvo con firmeza. 

Velázquez, visto el percal, cambió el dibujo con media hora por delante y sacó del campo a Mouriño para apostar por Azón y una defensa de cuatro sobre un 4-2-3-1. Pero la cosa fue a peor. Un centro envenenado de Mateu, que posteriormente rozaría el gol en un córner olímpico, advertía al Zaragoza de lo que se le venía encima. Juanto, sustituto de Soberón mediada la reanudación, también se acercó al gol tras un error garrafal de Francés aunque el mayor susto a Badía se lo dio Francho al peinar al poste una falta lateral botada por el de siempre.

El partido era un monólogo de un Eldense superior en todo ante la impotencia del Zaragoza y de su técnico, que tardó un mundo en reaccionar a pesar de que el centro del campo llevaba tiempo siendo un terreno minado en el que los blanquillos deambulaban sin rumbo. 

A diez minutos del final, Velázquez recurrió a una triple permuta quizá más destinada a romper el ritmo de un Eldense que acumulaba méritos para desnivelar la balanza y que, sin embargo, veía cómo el Zaragoza explotaba su clemencia estirándose algo en los últimos compases.

Pero los aragoneses no vieron de cerca a Aceves hasta el 87, cuando un centro desde la izquierda de Francho (lateral desde la salida de Lecoeuche) acababa en la esquina. Grau, con menos fe que un agnóstico, lo intentaba con la diestra desde la frontal para maquillar el fiasco. Fue un desastre. Y punto.